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Por qué Dios instauró los sacrificios de animales en la antiguedad y su relación con lo sagrado de la sangre

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Por qué Dios instauró los sacrificios de animales en la antiguedad y su relación con lo sagrado de la sangre Empty Por qué Dios instauró los sacrificios de animales en la antiguedad y su relación con lo sagrado de la sangre

Mensaje  javi Sáb Nov 19, 2011 2:37 pm


Veamos por qué Dios instauró los sacrificios de animales en la antigüedad y qué relación tienen con lo sagrado de la sangre.
Efesios 1:7
Reina-Valera 1995
7 En él tenemos redención POR SU SANGRE,
el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia,

En Génesis 2:17 se le dijo a la primera pareja de humanos en la tierra:
Reina-Valera 1960 “ mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. “

¿Qué hubiera pasado si no hubieran comido?
Efectivamente, no hubieran muerto, lo cual nos revela desde el mismo principio que el propósito de Dios para los humanos es que vivieran para siempre en la tierra. No entraban en sus planes la muerte.
Por lo tanto, lo que se perdió fue el derecho a VIVIR de los seres humanos. Teniendo esto presente, veamos lo que implicaba la sangre, la vida y los sacrificios que Dios estipuló y de cómo se relaciona todo esto con el "rescate" de Jesucristo nuestro Señor y cómo nos debería influir en nuestro punto de vista acerca del uso que le demos a la sangre.

En el libro del Génesis se nos relata que Caín y Abel, presentaron cada uno una ofrenda a Jehová. Como Abel era pastor, no sorprende que ofreciera “algunos primogénitos de su rebaño, aun sus trozos grasos”. Por el contrario, Caín ofreció “algunos frutos del suelo”. Jehová aceptó el sacrificio de Abel, pero “no [miró] con ningún favor a Caín ni su ofrenda” (Génesis 4:3-5). ¿Por qué no?
Se ha apuntado al hecho de que Abel sacrificó “primogénitos de su rebaño”, mientras que Caín solo ofreció “algunos frutos del suelo”. Pero el problema no radicaba en la calidad de la ofrenda de Caín, pues el relato dice que Jehová miró “con favor a Abel” y no “a Caín ni su ofrenda”. De modo que Jehová se fijó primero en la condición de corazón de cada uno. ¿Qué percibió? Hebreos 11:4 dice que Abel ofreció su sacrificio “por fe”. De modo que a Caín posiblemente le faltaba la fe que hizo aceptable el sacrificio de Abel.
A este respecto, cabe mencionar que la ofrenda de Abel requirió DERRAMAMIENTO DE SANGRE. Es posible que Abel llegara a la conclusión de que la promesa de Dios sobre una descendencia a la que se magullaría en el talón, implicaría el sacrificio de una vida. En ese caso la ofrenda de Abel constituyó una súplica de expiación, y una expresión de fe en que Dios suministraría al debido tiempo un sacrificio propiciatorio por los pecados.
Por el contrario, puede que Caín pensara poco en la ofrenda que iba a presentar. “Su ofrenda era un mero reconocimiento de que Dios era un benefactor —interpreta un comentarista bíblico del siglo XIX—. Mostró claramente que no creía que hubiera ninguna brecha entre él y su Creador, ni ninguna necesidad de confesión de pecado ni de expiación.”

Más tarde, cuando por primera vez Jehová otorgó a los seres humanos permiso para comer la carne de los animales, dio una notable indicación en cuanto a cómo él pensaba acerca de la vida y la sangre. Dios dijo a Noé y su familia, de los cuales todos nosotros hemos descendido:
“Todo animal moviente que está vivo puede servirles a ustedes de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras se lo doy todo a ustedes. Solo carne con su alma —su sangre— no deben comer. Y, además de eso, la sangre de sus almas, la de ustedes, la reclamaré. . . . Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre.”—Génesis 9:3-6
Así se notificó a toda la humanidad que entonces vivía que, desde el punto de vista de Dios, LA SANGRE REPRESENTA LA VIDA. La sangre del hombre representaría su “alma,” o, como lo vierten muchas versiones de la Biblia, su “vida.” (VP; la católica Nueva Biblia Española; también, en inglés, la traducción por el rabino Isaac Leeser) Más tarde, el divino Dador de Vida añadió trazos a este cuadro, pues nos dio detalles que nos ayudan a ver el vital significado moral que él conecta con la vida representada por la sangre.
Esto fue especialmente así con relación al pacto que Dios hizo con Israel, el pacto de la Ley. En la inauguración de éste se sacrificaron animales y la sangre de éstos se empleó en la ratificación del pacto. (Éxodo. 24:3-8; Hebreos. 9:17-21) Y entre las estipulaciones del pacto hubo leyes que tenían que ver con las ofrendas por el pecado; en esos sacrificios se derramaba sangre, en REPRESENTACIÓN DE LA VIDA QUE SE OFRECÍA A DIOS PARA CUBRIR LOS PECADOS. (Levítico 4:4-7, 13-18, 22-30) Debido al poder de expiar pecados que la sangre de los sacrificios animales tenía a la vista de Dios, esta sangre se usaba en el Día de Expiación anual. Como ofrendas por el pecado se sacrificaban: primero, un toro, y después, una cabra. El sumo sacerdote llevaba alguna de la sangre de cada animal al Santísimo del tabernáculo (más tarde, del templo) y la rociaba delante del Arca, o caja, que representaba la presencia de Dios. (Números 7:89; Éxodo. 25:22; Levítico. 16:2) Después de eso, también ponía alguna sangre sobre el altar de sacrificio. Levítico. 16:11-19.
‘¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?’ puede ser que pregunten algunos. Pudiera parecer que esto simplemente describe un rito antiguo que ni siquiera los judíos siguen hoy. ¿Qué relación tiene esto con nuestra esperanza respecto al futuro y nuestro aprecio a la vida y la sangre?
En el capítulo 17 de Levítico, Jehová Dios mismo explicó los principios implícitos en aquellos requisitos conectados con los sacrificios; lo que él declara allí tiene importante significado para nosotros. Dios dijo: “El alma [o vida] de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas, porque la sangre es lo que hace expiación por el alma en ella. Es por eso que he dicho a los hijos de Israel: ‘Ninguna alma de ustedes debe comer sangre.’” (Levítico 17:11, 12) Sí, nuestro Creador y Dador de Vida expresó claramente su decisión: La sangre (que representa la vida procedente de él) había de usarse de una sola manera... en sacrificio. Así, Dios puso un valor en la sangre, la apartó como sagrada. Bajo la Ley, la sangre no se había de comer ni beber, ni usarse de ninguna otra manera en que los hombres pensaran. Cuando se mataba a un animal solo para usarlo como alimento y no para sacrificio, la sangre había de derramarse en el suelo; así, en cierto sentido la vida del animal se devolvía a Dios, y el cazador israelita se quedaba solo con la carne del animal. (Levítico 17:13, 14) Pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros, puesto que ni los judíos ni los cristianos tienen ahora un templo con aprobación divina en el cual puedan hacerse sacrificios de animales?

NUESTRO PROBLEMA —LA SOLUCIÓN DE DIOS— VIDA Y SANGRE

Todos tenemos que admitir que somos imperfectos y pecaminosos. El apóstol Pablo confirmó esto y explicó cómo llegamos a esta condición. “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres [entre ellos nosotros] porque todos habían pecado.” (Romanos. 5:12) Este hecho tiene que ver directamente con el modo en que apreciamos la vida y la sangre.
Como explicó por inspiración el apóstol Pablo en el libro de Hebreos, los sacrificios animales del pacto de la Ley no podían cubrir completamente el pecado, pues, si lo cubrieran, no hubieran tenido que ofrecerse año tras año. Aquellos sacrificios, especialmente los que se ofrecían en el Día de Expiación, eran solo una “sombra de las buenas cosas por venir.” (Hebreos. 10:1-4; 8:5, 6; 9:9, 10) La realidad que fue prefigurada fue el sacrificio de rescate que Cristo ofreció, que podía expiar plenamente todos nuestros pecados. Comentando sobre esto, Pablo escribió:
“Cuando Cristo vino como sumo sacerdote de las cosas buenas que han venido a realizarse, . . . él entró, no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre, una vez para siempre en el lugar santo [el cielo mismo] y obtuvo liberación eterna para nosotros. Porque si la sangre de machos cabríos y de toros . . . santifica al grado de limpieza de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo? Por eso es que él es mediador de un nuevo pacto, para que, habiendo ocurrido una muerte para la liberación de ellos por rescate de las transgresiones bajo el pacto anterior, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna. . . . A menos que se derrame sangre, no se efectúa ningún perdón.”—Hebreos. 9:11-15, 22.
¿No nos ayuda esto a entender más cabalmente por qué es tan vital tener el punto de vista de Dios acerca de la sangre, que representa la vida? Uno de los temas centrales de la Biblia es que Jesús vino a la Tierra para dar su vida como sacrificio de rescate. Solo por medio de ese rescate podemos tener la perspectiva de que se nos perdonen los pecados y la esperanza de “vida eterna.” (Mateo 20:28; Romanos. 3:23, 24; 6:22, 23; 1 Timoteo. 1:15, 16) Para recibir esas bendiciones, tenemos que ejercer fe en el rescate que pagó Jesús, lo cual envuelve tener conocimiento exacto con relación al hecho de que él cedió su vida representada por su sangre, y sentir aprecio por ese hecho.—1 Timoteo. 2:3, 4; Gálatas. 3:22.
Con información fundamental sobre estos puntos acerca de los sacrificios, expiación, la sangre y el rescate que pagó Jesús, dirijamos nuestra atención de nuevo a Efesios 1:7. La mayoría de las traducciones de este versículo al español muestran que dice que “tenemos la liberación por rescate mediante la sangre de” Cristo.
Pablo escribió: “Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.” También: “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras.” (Romanos. 5:8; 1 Corintios. 15:3) El que él muriera, entregando voluntariamente su vida humana perfecta, pagó o equilibró lo que Adán había perdido para nosotros y que resultó en el estado pecaminoso en que nos encontramos.
Sin embargo, las referencias de la Biblia a la “sangre del Cristo” deben comunicarnos cosas importantes que quizás no se apreciaran al hablar solo de su muerte. (Efesios. 2:13) No fue, ni podía ser, que Cristo sencillamente hubiera muerto y permanecido muerto. En cumplimiento del patrón o modelo del Día de Expiación al cual Jehová dio origen, Jesús entonces tenía que entrar en el cielo, en la presencia misma de Dios. Allí Cristo podía presentar el valor o mérito de su sangre vital, tal como en el Día de Expiación el sumo sacerdote introducía la sangre de los sacrificios en el Santísimo. Pablo manifiesta claramente este paralelo: “Cristo entró, no en un lugar santo hecho de manos, el cual es copia de la realidad, sino en el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor nuestro.”—Hebreos. 9:24, 11, 12; 13:11.
Además, en el cielo Jesucristo está vivo y puede abogar por todos los que ejercen fe en su rescate y ayudarles a obtener la salvación. Por consiguiente, Pablo escribió: “Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.”—Romanos. 5:10.
Con buena razón, pues, la obra “La religión en la historia y en la actualidad” declara que en la mayoría de los casos “no se puede poner muerte en lugar de Sangre de Cristo (algunas traducciones de Efesios 1:7 ponen “muerte” en vez de “sangre”). La Sangre de Cristo significa más que esto. Da énfasis a estrechos enlaces entre la muerte de Jesús y tanto su vida como su triunfo en su resurrección y ensalzamiento.” Este libro añade que la expresión “Sangre de Cristoadopta el concepto judío del Antiguo Testamento sobre el poder expiatorio de la sangre, que es la base para el modo en que se consideran los sacrificios y para la idea de que la muerte del justo tiene poder expiatorio. . . . Por una parte este término nos recuerda que se nos compró por un precio alto, quién pagó el rescate y en qué consistió. Por otra parte, se nos libra del pecado y de la muerte para siempre por fe en el pacto que se celebra con su sangre como base. La Sangre de Cristo abarca el efecto de su muerte y resurrección.”
¡Cuán significativos para nosotros, pues, cuán llenos de benditos pensamientos implicados, son muchos de los pasajes bíblicos que mencionan la sangre de Jesús! Por medio de ella se nos pueden perdonar los pecados. (Revelación/Apocalipsis. 1:5; Hebreos. 10:29) Se nos hace posible librarnos de conducta infructífera. (1 Pedro 1:18, 19) Podemos estar entre una congregación de personas a quienes Dios aprueba y guía. (Hechos 20:28) Y hay la esperanza de alcanzar perfección y vida eterna bajo el mando de un reino en el cual se incorpora a personas que fueron compradas con esa sangre. (Revelación/Apocalipsis. 5:9, 10; 12:10, 11; Colosenses 1:20.)
Es necesario, pues, que todos los que aprecian el valor de su propia vida aprecien lo que Dios dice acerca de la sangre. Él la considera sagrada. Él determinó su exclusiva utilidad y aceptabilidad para sacrificio sobre el altar. Y mostró claramente en su Palabra que todas nuestras esperanzas de un futuro duradero se fundan en la sangre sacrificatoria de su Hijo. Pero ¿cómo podemos nosotros personalmente manifestar nuestro aprecio y reconocimiento de lo sagrado de la sangre?
Mientras el sacrificio de Jesús estaba en el futuro y estaba prefigurado a modo de ejemplos y en profecías (Génesis. 3:15; 22:2-10; Isaías 53:10-12) Jehová indicó claramente que sus adoradores deberían considerar sagradas la vida y la sangre. Pero también requirió que sus acciones estuvieran en armonía con ese punto de vista divino.
¿No estaba envuelta la conducta en lo que Dios dijo a Noé y su familia al permitirles por primera vez comer carne de animales? Dios dijo: “Todo animal moviente que está vivo puede servirles a ustedes de alimento. Como en el caso de la vegetación verde, de veras se lo doy todo a ustedes. Solo carne con su alma —su sangre— no deben comer.” (Génesis. 9:3, 4) Por eso, si mataban a un animal para usarlo como alimento, tendrían que dar pasos, deliberadamente, para hacer que la sangre escurriera del animal de modo que no se comiera sangre.
Esto no era un simple reglamento dietético ni un rito religioso sin sentido. Aquella conducta envolvía un principio moral de gran importancia: La sangre representaba vida que procedía de Dios. Y debe notarse que él pasó a decir que, aunque se podía matar a un animal para usarlo como alimento, no se podía hacer esto con el hombre. Por eso, si la sangre animal que representaba la vida había de ser considerada sagrada y no se debía ingerir para sustentar la vida, obviamente la vida y sangre humanas habían de verse y tratarse como más sagradas aún. Compárese con Mateo 6:26.
Puesto que Noé era el antepasado de todos los seres humanos, de todos los seres humanos se esperaba conducta que estuviera en consistencia con la santidad de la vida y la sangre. Muchos doctos bíblicos se han dado cuenta de la conexión entre una cosa y la otra. Por ejemplo:
“Se reconocía que la sangre era el asiento de la vida, y por lo tanto cosa sagrada. . . . La prohibición de la sangre llegó a ser una de las leyes dietéticas del código mosaico, pero debido a que se incluyó dentro de las estipulaciones de este pacto con Noé los judíos posteriores consideraban que aplicaba a toda la humanidad.”—A New Catholic Commentary on Holy Scripture, pág. 187.
Como mostró este comentario, cuando Dios posteriormente suministró un código de ley para Israel también les prohibió consumir sangre. Mandó: “Simplemente queda firmemente resuelto a no comer la sangre, porque la sangre es el alma y no debes comer el alma con la carne. . . . Debes derramarla sobre el suelo.” (Deuteronomio. 12:23, 24; Levítico 17:10, 13) En aquel tiempo Dios no obligó al resto de la humanidad a cumplir con su ley contra la ingestión de sangre, tal como no hizo esto con relación a su ley contra la idolatría. (Hechos. 17:30, 31; 14:16) Por eso, podía ser que un gentil comprara y optara por comer carne que tuviera sangre en ella. (Deuteronomio 14:21) Pero un adorador del Creador no podía hacer eso. De hecho, si un israelita comía carne que contuviera sangre, evidentemente sin darse cuenta, en aquella ocasión, de que la sangre no había sido escurrida de la carne, tenía que dar pasos para limpiarse de su error involuntario.(Levítico. 17:15, 16.)
Si no se había de ingerir como sustento la sangre animal que representaba vida, eso de seguro sería más cierto aún con relación a la sangre humana. Podemos ver esto fácilmente por lo que ocurrió cuando en cierta ocasión Jesús habló figurativamente acerca de que se comiera su carne y se bebiera su sangre. Algunos discípulos judíos que no discernieron que él solamente estaba usando símbolos se escandalizaron y lo abandonaron. (Juan 6:60-66) Sí, el pensamiento de ingerir sangre, fuera animal o humana, les era aborrecible a los que se preocupaban por el punto de vista de Dios.

UN REQUISITO CRISTIANO

Pero quizás usted haya oído la alegación de que la prohibición de la sangre por la Biblia no aplica a cristianos. ¿Cuál es la realidad? En el año 49 E.C. se tomó una decisión en cuanto a este asunto durante una conferencia de los apóstoles y otros ancianos cristianos en Jerusalén. Con la guía asegurada del espíritu santo de Dios aquel concilio llegó a la conclusión de que los cristianos no tenían que observar la ley mosaica. Pero ¿qué había de cosas de las cuales se hubiera mostrado que eran incorrectas aun antes de que se diera a Israel el código de la Ley? El concilio escribió lo siguiente a las congregaciones cristianas:
“Al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos y de sangre y de cosas estranguladas [de modo que se dejara sangre en ellas] y de fornicación.”—Hechos 15:19, 20, 28, 29.
En “Origen y comienzos del cristianismo,” el profesor Eduardo Meyer dijo que el significado de “sangre” en Hechos 15:29 era “el participar de sangre que se prohibía por medio de la ley (Génesis. 9:4) impuesta a Noé y por eso a la humanidad en conjunto.” Y, aunque muchos clérigos dicen que el requisito de Hechos 15:28, 29 era solo un paso temporal para evitar ofender a los judíos, el profesor Meyer informa que más de siglo y cuarto después la ‘prohibición sobre participar de sangre tenía observación general’ entre los cristianos. Como prueba de esto, cita lo que sucedió en 177 E.C., cuando enemigos religiosos levantaron contra los cristianos de Europa la acusación de que éstos devoraban a niños de tierna edad. Una joven respondió: “¿Cómo puede ser que nosotros devoremos a niños de tierna edad... nosotros, a quienes no nos es lícito comer la sangre de bestias?”
Muchos escritos del siglo segundo y tercero prueban que los cristianos de aquel tiempo se daban cuenta de que la prohibición no era una cosa del pasado; aplicaba a ellos. De hecho, The Works of the Rev. Joseph Bingham (Las obras del Revdo. Joseph Bingham) dice esto:
“Era la costumbre de la Iglesia Católica, casi hasta el tiempo de San Agustín, abstenerse de comer sangre, en cumplimiento de la regla dada por los Apóstoles a los conversos gentiles: por lo tanto, por las leyes más antiguas de la Iglesia todos los clérigos estaban obligados a abstenerse de ella bajo pena de degradación.”
Entonces, ¿por qué no se apegan hoy a esta “regla” las iglesias de la cristiandad? Los comentarios hechos por Martín Lutero señalan a la respuesta. Aunque Lutero se inclinaba personalmente a rechazar todos los concilios, dijo esto acerca de Hechos 15:
“Ahora bien, si deseamos tener una iglesia que se amolde a este concilio (como es correcto, puesto que es el primer y principal concilio, y fue celebrado por los apóstoles mismos), tenemos que enseñar, y con insistencia, que desde ahora en adelante ningún príncipe, señor, ciudadano ni campesino coma ganso, gama, ciervo ni cerdo cocinados en sangre, . . . tienen que abstenerse especialmente del embutido rojo y la morcilla, . . . Pues bien, que empiece el que quiera o pueda a poner a la cristiandad en conformidad con este concilio; entonces yo lo seguiré gustosamente.”
Él pensaba que, debido a que el obedecer la decisión de Hechos 15:28, 29 era difícil y el desconocimiento de ella era tan común, sería imposible exigir a todos los que asistían a las iglesias que la siguieran. Por eso él tampoco iba a hacerlo.
Martín Lutero y muchos de su día quizás no hayan estado dispuestos a obedecer la ley de Dios, y hoy la mayor parte de la gente de la cristiandad quizás no esté dispuesta a hacerlo.

¡Pero los testigos cristianos de Jehová estamos dispuestos a obedecerla! cheers

Salu2




javi
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